Radiografía de los días en prisión de los genocidas

Cuatro represores se encuentran alojados en la unidad penal. Allí conviven en un pabellón especial con otros miembros de fuerzas de seguridad e imputados por violaciones a los derechos humanos. Solo Jorge Fariña, Marino González, Daniel Amelong y Walter Pagano son los que permanecen en la cárcel.

Por Juan Cruz Varela para EL DIARIO


El primer juicio por crímenes de lesa humanidad cometidos en la provincia de Entre Ríos durante la última dictadura está pronto a ingresar en la etapa final y los seis represores imputados permanecen detenidos en la capital provincial, aunque solo cuatro de ellos se encuentran en prisión, uno está en su casa y otro en un geriátrico.

Los ex militares sometidos a juicio cumplieron hace pocos días un mes en los lugares de detención de la capital entrerriana. Jorge Alberto Fariña, Marino Héctor González, Juan Daniel Amelong y Walter Salvador Pagano permanecen en la Unidad Penal Nº 1; Pascual Oscar Guerrieri se encuentra en un geriátrico privado ubicado en las afueras de la ciudad, ya que goza del beneficio del arresto domiciliario; y el médico anestesista Juan Antonio Zaccaría se encuentra en su casa.

No están cómodos los militares alojados en la cárcel de Paraná. En el añejo edificio de calle Marcos Sastre conviven 291 internos y las condiciones de detención distan mucho de tener comodidades. En ese gran caserón antiguo, donde la privación de libertad es la herramienta punitiva para la reinserción de aquellos que cometen delitos, habitan en celdas pequeñas, frías, húmedas y superpobladas. Ese es el submundo carcelario.

Pabellón 5. Los represores fueron alojados en un pabellón al fondo de la unidad penal. Se trata de una construcción añeja, de techos muy altos, en la que se encuentran alojados exclusivamente ex agentes de las fuerzas de seguridad. Allí conviven 27 personas en ocho celdas y los cuatro imputados por la sustracción y sustitución de identidad de los hijos de Raquel Negro y Tulio Valenzuela comparten una habitación, junto con otros tres procesados en la causa Área Paraná.

Los ex militares detenidos usan un patio interno techado y tienen total libertad para moverse dentro del pabellón durante todo el día, pero por cuestiones de seguridad no tienen contacto con el resto de la población carcelaria.

El pabellón tiene las puertas cerradas con candados y cuenta con un espacio común en el centro. Allí hay un teléfono público, televisor, servicio de Cablevideo y un sistema de video. En la cárcel hay servicio de Internet, pero el acceso está restringido a los talleres y la escuela y es controlado por los docentes; pero los pabellones no tienen conexión ni computadoras y tampoco los reos pueden llevar las suyas. No está permitido que tengan heladeras propias ni estufas eléctricas por el riesgo de que se generen cortocircuitos en todo el antiguo sistema; tampoco hay cocinas pero sí un anafe. El baño es compartido y tiene cuatro mingitorios, tres inodoros y tres duchas.

Las habitaciones no tienen puertas, sino que la intimidad la obtienen a través de cortinas que cuelgan de las rejas; en el interior de las celdas, las camas son individuales y de una plaza y cada interno tiene su colchón, un juego de sábanas y tres frazadas.

Un día cualquiera. Fariña, González, Amelong y Pagano cumplen la misma rutina que el resto de la población carcelaria: desayunan a las 7, se higienizan y hacen el aseo de las celdas; pero luego no trabajan ni realizan tareas educativas. En rigor, ninguno tiene horarios ni tareas específicas, aunque sí realizan actividades recreativas en el campo de deportes de la cárcel durante una hora por día, a la tarde.

Juan Daniel Amelong es abogado y ejerce su propia defensa en el juicio. Por ese motivo, el tribunal lo autorizó para que dispusiera de su computadora personal dentro de la cárcel. El uso está restringido a la sala de computación y allí puede revisar las declaraciones de los testigos y preparar su defensa.

De hecho, hace unos días, un grupo de voluntarias que trabaja en la unidad penal se sorprendieron con el hombre de la cabellera teñida de rubio, peinado desprolijo y un par de anteojos delante de otro, ensimismado delante de su computadora portátil.

Todos los internos reciben visitas los miércoles y domingos. En el mes que llevan alojados en la cárcel de Paraná los represores han recibido esporádicamente a ex compañeros de armas, militares retirados del Ejército residentes en Paraná, que les brindan apoyo a sus “camaradas presos políticos” o “militares encarcelados a raíz de su actuación en el transcurso de la guerra interna”, como les dicen.

El único que puede salir de la prisión es Marino González. Su esposa está atravesando una enfermedad y una vez por semana un vehículo oficial lo traslada hasta su casa, en un coqueto barrio santafesino, donde permanece durante dos horas. Las salidas fueron autorizadas por el tribunal en las primeras audiencias del juicio y se concretan de acuerdo a la disponibilidad de personal que tenga el Servicio Penitenciario.

A estas condiciones pretendían escapar los represores. Por eso pidieron su traslado a unidades de otras fuerzas federales. “Cuando vieron las condiciones que había se querían morir”, dijo un agente penitenciario en absoluta reserva a EL DIARIO. Llegaron desde Campo de Mayo y se encontraron con otra realidad: la cárcel.

Dos en casa

Dos de los seis imputados por robo de bebés gozan del beneficio del arresto domiciliario: Pascual Oscar Guerrieri y Juan Antonio Zaccaría. Guerrieri tiene 76 años y dos condenas a cuestas por crímenes de lesa humanidad. “Cuánto me queda, no tengo salida por ningún lado, la única salida que tengo es la Chacarita”, dijo la primera de las tres veces que declaró ante el tribunal.

Para este juicio, Guerrieri abandonó su casa en el barrio porteño de Olivos y, después que le rechazaran alojarse en el Hospital Militar, recaló en un geriátrico privado. Luego de las testimoniales, planteó la posibilidad de regresar a su domicilio hasta la fecha de los alegatos, por cuestiones económicas. Pero no tuvo suerte. Así que permanece en Paraná. Sin embargo, tuvo algunas salidas para realizarse una serie de tratamientos médicos en el Hospital Militar, donde, dijo, lo atendieron “muy bien”.

El médico Zaccaría está próximo a cumplir 71 años y tiene arresto domiciliario desde fines de 2009, por lo que permanece en su casa de calle Tucumán de la capital entrerriana. A poco de haber sido detenido intentó quitarse la vida: colgó una sábana de un parante de la cama cucheta de su celda y se dejó caer, pero el travesaño cedió y el hombre cayó al piso pero no tuvo lesiones de consideración. Sin embargo, tuvo una recaída en su estado general y luego, mientras estaba internado en el Hospital San Martín con un cuadro cardíaco y de diabetes, sufrió un accidente cerebro-vascular, por lo que ya no volvió a la unidad penal.

 

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