Las tres últimas filas de las dos hileras de bancos de la sala del Juzgado Federal de Paraná están reservadas para el público que desea presenciar las audiencias del primer juicio por delitos de lesa humanidad cometidos en Entre Ríos que se está llevando adelante en Paraná.
Las audiencias son de carácter público, aunque el ingreso está limitado por la capacidad de la pequeña sala. En cada jornada, una veintena de ciudadanos que no están vinculados en forma directa con el proceso se acerca al lugar, pasan el detector de metales, ingresan y toman asiento en uno de los seis bancos largos tapizados de cuero marrón en los que entran cómodas tres personas y algo ajustadas, cuatro.
Hay que apagar el celular a la entrada y no está permitido siquiera mirarlo. No se puede grabar, ni sacar fotos, hay que mantener silencio y, en lo posible, no salir de la sala hasta el cuarto intermedio.

PERVERSO. Elena Riegelhaupt es docente de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER) y jubilada del Poder Judicial. Conversa con una amiga, ambas sentadas en los sillones antiguos que están contra las paredes de la amplia antesala del juicio, donde cada mañana se suceden comentarios, saludos y notas periodísticas. “¿Por qué vengo?, porque esto es un hecho absolutamente histórico. Antes teníamos los escraches, ahora tenemos los juicios. Y lo que nos interesa a todos es que digan dónde están los cuerpos y dónde están los nietos”, comentó Riegelhaupt EL DIARIO.
Lo que la impresionó de las jornadas “es la actitud de los jueces -no voy a mencionar a cuál me refiero ni el sexo- que se han puesto en el lugar en el que la sociedad quiere que ellos estén, exigiendo romper este absurdo y perverso pacto de silencio”. También “la actitud de algunos médicos, que merecería una sanción social, ya que aún para quien no tiene ningún tipo de formación queda claro que hay un pacto y que saben dónde está el hermano de Sabrina”.
“Es indignante que se callen la boca. Uno puede entender que en aquella época se hayan callado por miedo. La verdad es que todos tuvimos miedo. Pero hoy está la posibilidad de que la verdad salga a la luz y es indignante, inadmisible y perverso. Si no se los condena acá, se merecen la condena de toda la ciudad de Paraná”, aseveró.

 

PRIMERA VEZ. Pablo Charadía es estudiante de Trabajo Social y militante de derechos humanos. Llega casi a diario con su novia y ambos se instalan lo más adelante posible. “Es muy importante estar acá. Hay heridas que están abiertas hasta el día de hoy, como en este caso de los melli, y la única forma de cerrarlas es juzgando y condenando a los genocidas”, comenta a EL DIARIO, mientras tramita su acreditación en la mesa dispuesta en el ingreso.
“Es la primera vez que entro a un juicio. Me impacta estar al lado de los genocidas. Y sobre todo notar que no les importa nada”, añade.

 

Apurada, sobre la hora, llega Susana Nadalich, docente y coordinadora del programa Jóvenes por la memoria. El detector de metales suena a su paso, le hacen dejar su bolso a un costado, lo revisan, la demoran un par de minutos. Finalmente, logra acceder, apoya sus cosas en un sillón y contesta la consulta.
“Estoy viniendo porque me parece que es una instancia histórica y todos los que vivimos en esta ciudad debemos ser parte. Vale la pena estar acá, no sólo leer e informarnos a través de los medios, sino presenciar estos momentos y tomar contacto con lo que es la instancia de juicio, que es un logro histórico y debemos celebrar que se esté llevando a cabo. Presenciar los testimonios es una experiencia necesaria. Estoy viviendo esto con mucho entusiasmo y alegría”, concluyó Nadalich

 

http://www.eldiario.com.ar/diario/entre-rios/20429-motivos-y-sensaciones-de-los-que-presencian-las-audiencias.htm