Notas en medios
Pidieron que se investigue a un expolicía de Concordia.
Se trata de Miguel Arcángel Castaño, sindicado como el chofer que participó en el procedimiento en el que se secuestró a Sixto Zalasar. El testigo negó los hechos y dejó varias inconsistencias en su declaración.
La Fiscalía pidió que se investigue a un declarante por falso testimonio, en el juicio por la Causa Harguindeguy. Se trata de Miguel Arcángel Castaño, que en 1976 se desempeñaba como chofer de la Policía de Concordia, y fue señalado por otros testigos como la persona que conducía el auto en el procedimiento en el que se llevaron detenido a Sixto Zalasar, desaparecido.
En primer término, declaró Julia Clelia Ledesma, vecina de Zalasar, quien señaló que una mañana de 1976, ella y su marido escucharon llantos y gritos en la calle. “Eran más o menos las seis, así que mi esposo salió a ver qué pasaba, pero me dijo que me quede adentro. Al rato volvió y me dijo que se lo llevaron detenido a Coco. Yo a Sixto lo conocía por el sobrenombre. Las que lloraban eran su mujer y su nena mayor”.
Según el relato de la mujer, su esposo le dijo que a Zalasar se lo llevó la Policía: “Le pregunté que cómo lo sabía, y me respondió que ‘porque el que manejaba el auto es el hermano de tu empleada’. Nosotros sabíamos que el era chofer de la Policía”. Su empleada era Antonia Castaño, quien trabajaba en la verdulería que Ledesma tenía en ese entonces.
“Esa mañana, cuando Antonia fue a trabajar, le pregunté si sabía lo que había pasado, pero me respondió que no. A la tarde, cuando volvió, me dijo ‘sí, usted tiene razón. Él (Castagno) dice que a Zalasar lo llevaron hasta el puente Alvear, y que después lo cambiaron de coche. De ahí no sabe más nada’”.
La testigo señaló que a Miguel Arcángel lo conocía de vista, porque vivía en la casa paterna, junto a Antonia -hoy fallecida-, y otros hermanos.
Cabe recordar que las familiares de Zalazar declararon ayer que a Sixto se lo llevaron en un Renault 4L celeste, pero Ledesma no pudo brindar detalles al respecto, ya que su marido no la dejó salir a ver lo que ocurría. “Él era parco y no me dijo mucho, sólo que el que manejaba el auto era Miguel Castaño”.
Una declaración inconsistente
Pero lo aportado por la testigo fue negado luego por Castaño que, a su turno de declarar, dijo que Ledesma “falta a la verdad”.
Dijo no recordar la existencia de un Renault 4, y que en la Policía manejaba patrulleros Falcon y Torino. De todas formas, explicó que en el 76′ se desempeñaba como conductor de la autobomba del Cuerpo de Bomberos de la Policía de Concordia, pero que luego fue trasladado a la Policía, donde se desempeñó como chofer.
“Yo no manejaba autos particulares”, dijo. El juez Roberto López Arango le señaló que en la etapa de instrucción había declarado que conducía tanto patrulleros como coches particulares, pero Castaño señaló que no lo recordaba.
Más adelante, el testigo dijo que a Zalasar lo conocía de chico, pero que después no supo a qué se dedicaba. Sin embargo, vivía en la misma manzana en la época en que fue detenido.
Luego, la Fiscalía le recordó a Castaño lo que había declarado en una presentación espontánea realizada ante la Justicia Federal en Concepción del Uruguay, en agosto de 2007, para desdecir lo que había sido publicado en un diario concordiense, donde Graciela Zalasar involucraba a Castaño como chofer del auto que se llevó a su hermano.
Sin mencionar lo que en dicha presentación decía, la Fiscalía le dio al testigo el documento para que lo verificara por sí mismo, pero Castaño negó haber dicho lo que estaba asentado en la presentación, y hasta dijo que la firma no era suya. Lleno de vacilaciones, el testigo no pudo responder a las preguntas de la Fiscalía ni del Tribunal, por lo que el fiscal José Candioti pidió que se remita la copia del testimonio a la fiscalía federal para que evalúe iniciar una causa por falso testimonio en flagrancia.
El testigo retomó su declaración afirmando que no participó “en los operativos de ninguno de los tres desaparecidos”, precisando luego que se refería a Sixto Zalasar, Jorge Emilio Papetti y Julio Alberto Solaga. Además, reiteró que no recordaba que la Policía haya tenido un Renault 4L.
Consultado sobre los operativos en los que sí participaba, dijo que concurría a los accidentes y detenciones comunes, pero siempre manejando patrulleros y vistiendo el uniforme.
El Tribunal le recordó que en la etapa de instrucción había señalado que también manejaba autos particulares, y que en muchos de los procedimientos participaban otras fuerzas estatales. Todo esto fue confusamente negado por el testigo pero, ante las repreguntas y la advertencia de que sería retirado del tribunal detenido por la fuerza pública por falso testimonio, terminó reconociendo todo lo que había dicho durante la instrucción, y aclaró que en los operativos solían participar Gendarmería, Prefectura y el Ejército. Además, dijo que había autos particulares, algunos sin patente.
Ante esta actitud, la querellante María Isabel Caccióppoli le preguntó si había sido amenazado para que no declarara, pero Castaño lo negó.
Por otra parte, le consultó si conocía a un Policía de apellido Hermosid, que en esa época trabajaba en la misma repartición que Castaño, y que había declarado que vio a Zalasar detenido en la Jefatura. El testigo dijo que sí lo conocía, y que Hermosid se desempeñaba como mozo, por lo cual era probable que le haya dado de comer a Zalasar, “pero yo nunca lo vi a Zalazar”. Siempre reticente a dar detalles, el testigo negó haber tenido conocimiento sobre la detención de presos políticos en la Jefatura.
Luciana Actis/ De la Redacción de UNO
24 May
Desgarradores testimonios de familiares de desaparecidos de Concordia
Hoy atestiguaron los familiares de los desaparecidos Julio Solaga y Sixto Coco Zalasar, y complicaron a Dasso, que se desempeñaba como jefe de Área del Ejército. Más 100 personas llegaron desde Concordia, supo Elonce TV.
La primera testigo de la jornada fue María Estela Solaga, hermana del desaparecido Julio Solaga. Luego declararon Elba Irene Consol, Graciela Zalasar y Sandra Zalazar, esposa, hermana e hija de Sixto Zalasar, desaparecido en 1976.
Solaga relató las circunstancias en que fue detenido su hermano menor, la noche del 22 de noviembre de 1976, mientras conversaba con un vecino, frente a la casa de su madre, ubicada en calle Damián P. Garat, de la capital del citrus.
“Ese vecino era George Wilson. Él primero corrió hasta lo de unos vecinos y les contó lo que había pasado, pero no le creyeron. En casa de mi madre no había nadie, así que llamó a la policía, pero le daban vueltas para tomarle la denuncia. Así corrió hasta mi casa -yo ya estaba casada- y me dijo que lo habían detenido a Julito”, dijo.
La mujer precisó que, de acuerdo a lo relatado por Wilson -ya fallecido-, tres hombres de entre 40 y 50 años, vestidos de civil, fueron los que detuvieron a su hermano. “Se identificaron como agentes de la Policía Federal. Le pidieron que se identifique, cuando mi hermano dijo su nombre, dos de ellos se le pusieron a cada lado y lo agarraron de los brazos, el tercero lo agarró de atrás. Lo hicieron caminar hasta la esquina y lo subieron a un Renault 12 blanco sin patente”.
La testigo explicó que al día siguiente, por recomendación de alguien a quien no recuerda, ella y su madre fueron a radicar la denuncia en la Gendarmería: “Esa misma noche, un cliente de mi esposo fue hasta nuestro negocio, y nos dijo que nos quedemos tranquilos, que tenían a mi hermano en el Regimiento de Caballería. Por eso, al otro día fuimos hasta allí y pedimos una audiencia, que nos fue concedida para el día siguiente. Mientras tanto, la Gendarmería fue hasta la casa de mi madre, a decir que todavía no tenían noticias de mi hermano, pero aprovecharon para hacer un allanamiento encubierto. Revisaron la casa y se llevaron una cajita de fósforos en la que él había anotado un número de teléfono, un cassette de música y unos papeles que estaban sobre la mesa. A cargo de todo eso estaba el comandante Suárez. Después nos enteramos que nos estaban investigando a nosotros, preguntándoles a los vecinos sobre qué clase de familia éramos, cuáles eran nuestras ideas”.
María Estela señaló que su hermano estudiaba Bioquímica en la ciudad de Santa Fe, pero que por problemas económicos tuvo que regresar a Concordia cinco años después, a comienzos de 1976. “Buscaba un trabajo, y mi cuñado, que trabajaba en una aseguradora, consiguió que lo tomaran como empleado. Tuvo una entrevista y después lo mandaron a hacerse unos estudios, eso fue los primeros días de noviembre del 76. Yo pensaba que había viajado a Paraná, pero hace poco, revisando papeles en casa de mi madre, encontré los análisis y se había hecho en Rosario. Y empecé a sospechar que fue ahí que lo marcaron para detenerlo”.
Por otra parte, la testigo dijo que mientras su hermano vivió en Santa Fe, tuvo una intensa actividad en el Centro de Estudiantes de la Facultad y que militaba en la Juventud Peronista.
Volviendo a los acontecimientos de noviembre del 76′, Solaga dijo que el día 24 fueron recibidos por el Teniente Coronel Naldo Miguel Dasso, jefe del Regimiento de Concordia. “Nos recibió muy molesto, porque hicimos la denuncia ante la Gendarmería. Nos dijo que él era jefe del Área, y que cualquier detención se producía bajo sus órdenes y su conocimiento. Que él se enteró por los diarios de que buscábamos a mi hermano, y que mi madre mentía al decir que se lo llevó gente de la Policía Federal. También dijo que era seguro que mi hermano estaba en alguna agrupación y que seguramente fueron sus propios compañeros lo que lo secuestraron. Mi mamá le creyó, pero yo sospechaba que no podía ser verdad”.
Al día siguiente llamaron nuevamente al Regimiento, porque querían una nueva audiencia. Les hicieron llenar una solicitud y las recibieron un día después. “En la segunda audiencia, Dasso le dijo a mi mamá que ‘acá todas las madres nos vienen a decir que sus chicos son buenos, pero no saben lo que hacen sus hijos’. Ante esta expresión, mi madre habrá puesto una cara de sorpresa, por lo que él le dijo ‘bueno, cuando sepamos lo que dicen en Santa Fe, vamos a ver qué pasa’. Eso me dio la pauta de que algo sabía, que sabía que mi hermano estaba detenido”.
Según los datos aportados por la mujer, Solaga habría estado detenido primero en el Regimiento de Concordia, luego fue trasladado a Paraná, a Santa Fe, a Rosario y, finalmente, a La Plata, donde se perdió todo registro de él. De este último destino, María Estela tuvo conocimiento a través de un ingeniero naval retirado, de apellido Maqueira, quien se desempeñaba como docente en la ENET Nº1 de Concordia, donde ella también trabajaba. “Pero no se cómo lo supo él”.
Su madre y ella nunca dejaron de buscarlo. Escribieron cartas a Jorge Rafael Videla, al ministro del Interior, Albano Harguindeguy; a organismos internacionales de Derechos Humanos, a la OEA, a la Iglesia, entre otros. Pero obtuvieron muy pocas respuestas, publica Uno. “En una oportunidad nos recibió monseñor Zabala, obispo de Concordia, y le dijo a mi madre que mi hermano era zurdo, que eso fue confirmado por la cajita de fósforos en la que estaba anotado el número de teléfono”.
En 1979, la mujer presentó un pedido de hábeas corpus ante un juzgado de Concordia, pero el juez lo rechazó y le hizo pagar las costas.
Asimismo, intentaron de dar con su hermano por otros medios. “Mi madre era muy católica, tenía una hermana monja que estaba en Chajarí y que era amiga de un cura salesiano que estaba en Córdoba. Este cura conocía a un vidente, y aseguraba que la videncia de este hombre era real. Fue así que nos contactamos con él”.
Pasaban los días, y la familia de Solaga no tenía noticias, así que María Estela le escribió una desesperada carta al sacerdote, la cual fue leída ante el Tribunal. El religioso le respondió que “no había contacto, lo cual indicaba que no había indicios de vida de Julio. Nos dijo que recemos por su alma”.
Por otra parte, la testigo dijo que recibió amenazas, ya en tiempos de democracia, hace cinco años. Las intimidaciones le llegaron por medio de la familiar de una víctima de la dictadura. “Nos habíamos hecho extracciones de sangre para el registro de los antropólogos forenses, ya que yo era la última familiar directa de Julio. No se cómo se enteraron, de eso, pero la llamaron a la señora Papetti (madre del conscripto Jorge Papetti, desaparecido), y a la hermana de Sixto Zalasar. A esta otra chica, de apellido Quinteros, la llamaron por teléfono y le dijeron que se ‘deje de embromar, puta de mierda. Que la iban a hacer boleta, y a mi familia también’”. Solaga dijo que nunca supo quién fue el autor de las amenazas, pero que en todas las ocasiones fueron realizadas por una voz masculina.
Apoyo de Concordia
Más de 100 personas de Concordia arribaron hoy a la capital provincial, y con pancartas y banderas recordaron a Sixto Zalasar y a Solaga en la puerta del Tribunal Federal.
“Vinimos desde Concordia a acompañar a los testigos”, manifestó Carlos González, quien destacó ante Elonce TV: “Le hemos puesto voluntad a esto, y después de 36 años lo menos que podemos hacer es estar acá alentando a los testigos que van a dar su testimonio”.
“Para nosotros es un día histórico, porque muchos exmilitantes no creían que iba a llegar. Aunque internamente aguardaran alguna esperanza, la realidad hacía que en la década del ’90 era difícil pensar esto”, afirmó además.
Por último Diego Labeque Drewanz de la agrupación La Gloriosa destacó que los relatos de hoy “son testimonios muy crudos, los relatos tienen una trama muy sensible, los testigos tienen muy latentes los momentos en que eran secuestrados sus familiares y las torturas que han vivido”. A la vez que destacó: “Nosotros somos simples militantes que acompañamos a la causa y aprendemos de este momento histórico, porque esto va a ser un ejemplo para las generaciones venideras”. Elonce.com
24 May
Expolicía sospechado admitió la detención de estudiantes
Jorge Rodríguez, a quien las víctimas identifican por una mancha en la cara, declaró como testigo en la causa Harguindeguy. Involucró a sus excamaradas en crímenes de lesa humanidad.
Alfredo Hoffman
De la Redacción de UNO
Un exagente de la Policía Federal, señalado como integrante de la patota que actuaba en Concepción del Uruguay durante los años de la dictadura, declaró ayer como testigo en la causa Harguindeguy y admitió en parte los crímenes por los cuales están siendo juzgados dos de sus excamaradas: Julio César Rodríguez y Francisco Crescenzo. El hombre, que tiene una mancha en la cara que lo caracteriza, cuenta con un pedido de investigación hecho por la querella que ahora está en manos de la Fiscalía de Concepción.
Jorge Alberto Rodríguez se presentó como testigo propuesto por la defensa, pero su testimonio era esperado ansiosamente por las otras partes desde que fue mencionado por las tres primeras víctimas de privaciones ilegales de la libertad y tormentos, que sufrieron siendo estudiantes secundarios en la Delegación Concepción de la Policía Federal Argentina en julio de 1976. Se trata de César Manuel Román Yáñez, Roque Edmundo Minatta y Juan Carlos Romero, y puntualmente Román lo señaló como uno de los que lo secuestró a pocos metros de su casa.
Rodríguez, conocido con el apodo de Parche y quien las víctimas identifican como El Manchado, aseguró que nunca vio presos encapuchados, pero contó que un día cuando llegó a la delegación para tomar su turno de guardia a las 6.30 de la mañana, notó movimientos que no eran normales y el jefe de Guardia, José María Haidar, le notificó que había presos y que debía cambiarse rápido y tomar posesión de su puesto. Escuchó también que había chicos encerrados en el casino de oficiales, que eran seis o siete y que no debía tener contacto con ellos, y otras dos personas en los calabozos.
El expolicía admitió que era algo anormal que los jóvenes estuvieran alojados en lo que llamaban Casino de Oficiales y señaló que no había causas conocidas de esas detenciones. Sin embargo, luego su versión varió y recordó que años después se comentó que los estudiantes “se reunían después de jugar al fútbol a charlar de política” y “tenían alguna ideología ajena al régimen de facto”. Dijo que los vio solo porque estaba la puerta entreabierta y que estaban sentados. Relató que hizo dos turnos de 24 horas, con sus correspondientes descansos de 48, y cuando ingresó al tercero los jóvenes ya no estaban. A los de los calabozos dijo que nunca los vio, pero escuchó sobre ellos.
Por otro lado describió la zona de las celdas y la planta alta, donde reconoció que había un dormitorio con camas de hierro. Ese lugar está señalado como sala de torturas con picana eléctrica, la que se aplicaba sobre personas desnudas acostadas sobre elásticos de camas de metal. En ese piso de arriba también funcionaba la oficina técnica, reducto donde dijo que trabajaba el imputado Julio César Rodríguez y donde el prófugo José Darío Mazzaferri entraba sin obstáculos, a pesar de que tenía en la puerta un cartel de “área restringida”.
Este testigo, como muchos otros antes, comprometió al Rodríguez que es juzgado y a Mazzaferri, al indicar que suponía que las detenciones de los jóvenes las había realizado el personal de la Oficina Técnica. De Mazzaferri dijo concretamente que realizaba tareas de investigaciones y “estaba a cargo de los procedimientos”. Luego dijo directamente que a los jóvenes los detuvo ese dúo.
Las sospechas
El testigo Jorge Rodríguez llegó a la audiencia provisto de papeles para entregar al tribunal, que según él, prueban que un Fiat 125 que era propiedad de su padre fue adquirido en 1980, cuatro años después de los hechos investigados. “Acá dijeron que yo salía a detener personas en un 125”, dijo cuando el abogado Álvaro Piérola le preguntó cuál era su intención. El querellante César Román ubicó ese auto en la escena de su secuestro en julio de 1976 y lo mencionó a él como uno de los que lo detuvo en la esquina de su casa, junto a un morocho de bigotes al que llamaban El Cordobés; mientras el domicilio era allanado ilegalmente por un grupo que comandaban los imputados Crescenzo y Julio César Rodríguez. El testigo Jorge Rodríguez aseguró que no conoce a Román. Por otra parte, confirmó que trabaja en la concesionaria de autos León Banchik SA.
Los abogados querellantes solicitaron durante la audiencia del 18 de abril que se enviaran copias de las declaraciones de las víctimas que involucran a Rodríguez a la Fiscalía Federal de Concepción para que proceda en consecuencia. El Tribunal federal hizo lugar al planteo .
Otros testimonios
Ayer también declaró Orlando Humberto Sastre, exsuboficial de la Policía Federal de Concepción del Uruguay, quien reconoció haber visto personas detenidas en el Casino de Oficiales, pero no aportó mayores detalles, escudándose en sus problemas de memoria. No obstante, admitió que allí se realizaban tareas de intervención en conflictos gremiales para evitar medidas de fuerza y pedidos de captura de personas. En esas tareas ubicó a Julio César Rodríguez.
En primer término había declarado Fernando Brescacín, un vecino de la Policía Federal, quien aseguró no haber visto ingresar a detenidos, ni haber escuchado gritos, ni notado nada irregular en la época de los hechos. Todos los testigos de la jornada fueron propuestos por la defensa.
Hoy al mediodia se realizará una inspección ocular en la sede de la Policía Federal de La Histórica y con esto se dará por concluída la etapa del juicio correspondiente a Concepción del Uruguay. En tanto miércoles próximo, el juicio se reanudará con el inicio de los testimonios de la causa por los crímenes de lesa humanidad cometidos en Concordia.
http://edimpresa.unoentrerios.com.ar/v2/noticias/?id=66622&impresa=1
17 May
Realizaron pintadas intimidatorias en contra de testigos.
«Minatta / Román surdos (SIC) son boletas» dice, textualmente, la inscripción que desconocidos realizaron en el edificio en el que vivie el exsubsecretario de Derechos Humanos de la Provincia. El graffiti también apunta a César Román, también testigo de la causa cuyo tribunal y querella realizarán este mediodía una inspección ocular en la sede de la Policía Federal.
Realizaron pintadas intimidatorias en el edificio en el que vive el exsubsecretario de Derechos Humanos de la Provincia, Roque Minatta, testigo de la Causa Harguindeguy. La amenaza está a dirigida al propio Minatta y a César Román, también tetsigo en el juicio por delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico militar.
“Minatta / Román… surdos (sic) son boletas”, dice textualmente la amenaza escrita en la pared del edificio ubicado en Concepción del Uruguay.
Tanto Minatta como Román negaron poder señalar al autor de las amenazas. El edificio apareció pintado un día antes de que ambos llegaran provenientes de Paraná, donde se desarrolla el juicio en el que el represor Albano Harguindeguy es el principal imputado.
Este mediodía se realiza la inspección judicial en el edificio de la Policía Federal con la presencia del tribunal y querellantes, Minatta y Roman, entre otros.
Expresiones de repudio
La Comisión Provincial de la Memoria repudioó las pintadas contra Minatta y Román e informó que en la noche del 16 ambas víctimas fueron avisadas de que en la puerta del edificio donde se encontraban habían realizado una pintada amenazándolos de muerte.
«Desde la Comisión Provincial de la Memoria queremos repudiar estas intimidaciones y solicitar a quien corresponda que se efectúen las actuaciones necesarias para esclarecer estos hechos aberrantes a 36 años del último golpe de Estado y en medio de un juicio que va descubriendo las atrocidades cometidas por integrantes de la Delegación de la Policía Federal de Concepción del Uruguay y del Regimiento de Ejército Batallón Blindado Nº 2 de la misma ciudad», expresó la Comisión.
«También estos juicios permiten desenmascarar las líneas de impunidad que se fueron gestando en estos años y que hoy debemos erradicar completamente», agregó.
La Asociación Gremial del Magisterio de Entre Ríos (Agmer) también expresó su «profundo rechazo y preocupación» por las pintadas. «El preocupante episodio ocurrió un día antes de que lleguen a Concepción del Uruguay los jueces que llevan adelante el juicio por delitos de lesa humanidad ocurridos en esa ciudad para recorrer la sede de la Policía Federal. Repudiamos a quienes desde la impunidad y el anonimato siguen recurriendo a prácticas violentas y temerarias, en un inútil intento por amedrentar a una sociedad que claramente ha optado por recorrer el camino de la memoria, la verdad y la justicia», indicó el gremio en un comunicado.
Desde Agmer expresamos solidaridad y acompañamiento a las víctimas de estas amenazas y reclamaron a las autoridades el pronto esclarecimiento de este hecho así como todas las medidas necesarias para garantizar la seguridad de todos los querellantes y testigos de la causa.
Agmer Uruguay también se sumó a las expresiones de repudio. «Consideramos que hechos de este tipo deben tener el repudio de toda la sociedad. Lamentamos que se produzcan en nuestra ciudad puesto que nos demuestran que aún hoy día y luego de casi 30 años de gobiernos democráticos continúan actuando pequeños grupos violentos que reivindican lo actuado por la peor dictadura que sufriera nuestro país y pretenden sembrar el miedo en nuestra sociedad», reseñaron.
«Expresamos por este medio además del repudio al hecho, nuestra solidaridad con los querellantes amenazados, Cesar Román y Roque Minatta, que sufrieron en el pasado la detención ilegal y torturas y que hoy vuelven a sufrir cobardes amenazas. Demandamos al gobierno provincial y nacional el pronto esclarecimiento de este hecho que debe poner en guardia a todas las organizaciones democráticas», añadieron.
17 May
Pidieron una indagatoria por falso testimonio.
La fiscalía solicitó imputar del delito de falso testimonio al testigo Miguel Ángel Contard, exintegrante de la Policía Federal de Concepción del Uruguay, por su reticencia a brindar información.
Los fiscales federales Mario Silva y José Ignacio Candioti presentaron esta semana ante el Juzgado Federal de Paraná un pedido de indagatoria al exintegrante de la Policía Federal de Concepción del Uruguay Miguel Ángel Contard, quien declaró como testigo en el juicio a Albano Harguindeguy el 3 de mayo.
En esa oportunidad, el testigo tuvo una actitud renuente a brindar información y abundó en respuestas como “no sé” o “no recuerdo”, lo que mereció que los miembros del tribunal le llamaran la atención y le recordaran que se encontraba bajo juramento de decir la verdad. Eso motivó que la querella solicitara que se enviara copia del testimonio a la fiscalía para que evaluara si cabía la investigación por falso testimonio.
El artículo 275 del Código Penal establece que “será reprimido con prisión de un mes a cuatro años, el testigo, perito o intérprete que afirmare una falsedad o negare o callare la verdad, en todo o en parte, en su deposición, informe, traducción o interpretación, hecha ante la autoridad competente”. Además, prescribe que “si el falso testimonio se cometiere en una causa criminal, en perjuicio del inculpado, la pena será de uno a diez años de reclusión o prisión” y que “en todos los casos se impondrá al reo, además, inhabilitación absoluta por doble tiempo del de la condena”.
17 May
Crescenzo, del sinsentido a la admisión de los crímenes
El represor reconoció la detención de estudiantes secundarios en la Policía Federal de La Histórica. Un exconscripto contó que observó el traslado de presos encadenados al piso de un avión.
Alfredo Hoffman
De la Redacción de UNO
Francisco Crescenzo, exoficial de la Policía Federal Argentina y uno de los imputados en el juicio por la causa Harguindeguy, pidió ayer ampliar su declaración indagatoria. Lo hizo con el pretexto de “limpiar su buen nombre y honor” ante las acusaciones que pesan en su contra, pero entre digresiones y la narración de anécdotas que nada tenían que ver con los hechos investigados, terminó reconociendo la detención ilegal de estudiantes secundarios en julio de 1976, alojados en la Delegación Concepción del Uruguay de la institución que integraba. En el juicio por delitos de lesa humanidad cometidos en la costa del Uruguay también se escuchó el relato de un exconscripto que participó de procedimientos ilegales en Gualeguaychú y un testigo del secuestro de Hugo Angerosa en la misma ciudad.
Ante el Tribunal Oral Federal 2 de Paraná, Crescenzo solicitó la palabra porque se sintió molesto con la declaración testimonial de Roque Minatta, uno de aquellos miembros de la Unión de Estudiantes Secundarios, quien lo había señalado como autor de “torturas psicológicas”. Además el querellante César Román lo acusó de integrar el grupo de tareas que lo secuestró de su casa y de ser el encargado de interrogar a las víctimas. En la Policía le preguntó a Román: “¿Así que vos sos el existencialista?”, porque entre los libros que le habían incautado estaba La náusea, de Jean Paul Sartre.
El acusado dijo que las palabras de Minatta le produjeron “una desazón tan grande” y “un pinchazo en el alma”. En su defensa señaló que no tuvo “nada que ver” y que su tarea, a pesar de ser el tercero en el orden de jerarquía en la delegación, se limitaba a “leer y firmar papeles”. Asimismo expresó: “Yo no sé nada de torturas, lo mío era la expresión cultural”.
Como en otras oportunidades durante el juicio, Crescenzo pretendió hablar de su fascinación por el dibujo, la escultura y el estudio de las ciencias humanísticas. Ayer intentó, además, montar una puesta en escena en la que se mostró emocionado y por momentos sollozando, y siempre yéndose en disgresiones y anécdotas que nada tenían que ver con los hechos, como cuando dijo que en aquella época usaba peluca. Sin embargo, al ser interrogado por la Fiscalía y los abogados querellantes, reconoció que vio “a los chicos”, en referencia a los estudiantes secundarios, que eran “cinco o seis” y estuvieron “menos de una semana”. Añadió que le “dijeron” que “estaban demorados por averiguación de antecedentes”, aunque adujo no recordar quién se lo dijo. Comentó que estaban en el casino de oficiales pero “jamás de los jamases” intervino en esa situación.
Cuando le preguntaron por orden de quién se los “demoró”, contestó que no sabía, pero imaginaba que “venían órdenes de la superioridad” y del “coronel que estaba a cargo”, en referencia al jefe del Batallón de Ingenieros de Combate 121 con asiento en Concepción del Uruguay, teniente coronel Raúl Federico Schirmer. En su relato intentó responsabilizar al subjefe, Alfonso Cevallos, y defender al jefe Jorge Vera, ambos fallecidos; al tiempo que confirmó la coordinación de fuerzas armadas y de seguridad al admitir que Schirmer se reunía habitualmente con Cevallos durante media hora a una hora.
Como su excamarada Julio César Rodríguez, simuló asombrarse cuando le preguntaron por el uso de la picana eléctrica. “Nunca vi una picana”, dijo, al tiempo que señaló que no creía que se hubiera usado en la Delegación y aseguró: “Yo nunca escuché un grito”. En otro pasaje intentó desacreditar a una de las víctimas que contó cómo fue picaneado en la lengua por una persona. “Es imposible. Si a mí me intentaran hacer lo mismo necesitarían 10 hombres para lograrlo”. La estrategia se le volvió en contra cuando el querellante Guillermo Mulet le pidió que explicara cómo sabía “la técnica para picanear a una persona”. Respondió que no conocía ninguna técnica y retornó al camino de las digresiones.
Crescenzo también buscó despegarse de Rodríguez y del prófugo Darío Mazzaferri, quienes eran los principales torturadores. Dijo que no tenía contacto con ellos y aportó que se desempeñaban en la oficina técnica de la planta alta, lugar señalado por las víctimas como sala de torturas.
“Yo no presencié en forma directa ningún ajusticiamiento”, dijo este expolicía de 85 años. “Si alguien se mandó alguna macana fue por orden superior”, añadió. En medio de su divagación, fue suficientemente hábil como para negar haber leído algún filósofo existencialista –“yo leía a Cicerón y Aristóteles”, dijo– para no convalidar la declaración de Román, y para mencionar que las camas que había en la delegación eran “de madera”, y así no avalar el relato de víctimas y testigos sobre las sesiones de torturas en elásticos metálicos convertidos en “parrillas”.
Testigo directo
La declaración testimonial de Oscar Aníbal Iriarte aportó datos precisos sobre la represión ilegal en Gualeguaychú. Él hacía el servicio militar obligatorio en 1976 y pudo tomar contacto por accidente con Jorge Felguer, uno de los detenidos alojados en el Escuadrón del Ejército de la localidad, y avisar a la familia de que se encontraba allí. Entre los soldados se comentaba que había presos civiles en las habitaciones donde dormían los suboficiales –cosa que confirmó al ver a Felguer– y que eran sacados de noche y llevados a un lugar donde antiguamente funcionaba una granja, dentro del mismo predio castrense, para ser torturados.
También precisó que participó de operativos enmarcados en la alegada “lucha contra la subversión” a cargo de quien era su jefe inmediato, el imputado Santiago Carlos Héctor Kelly del Moral. Además de participar de un allanamiento en un campo en busca de “terroristas” que nunca encontraron y de constantes “controles de ruta”, le tocó presenciar un traslado de detenidos que al evocarlo ayer no pudo evitar quebrarse emocionalmente. Iriarte relató que una mañana lo llevaron al aeroclub de Gualeguaychú y le ordenaron apostarse a 20 metros de la cola de un avión Hércules que estaba en la pista. Mientras estaba allí escuchó a dos penitenciarios federales que comentaban las “brutalidades” que ejercían sobre los presos políticos. Luego vio llegar un colectivo, que podría ser el del Escuadrón, del que bajaron entre 20 y 30 personas. “Los bajaron a trompadas y patadas. Esos pobres presos no tocaban el suelo. Ni a los animales se los trata así. Los subieron al avión y los encadenaron al piso, en medio de lamentos y gritos de dolor”, expresó. Allí se comentaba que eran presos que trasladaban a Coronda. Él realizó esa custodia junto a otros cinco o seis soldados y su jefe Kelly del Moral.
El exconscripto mencionó al imputado Juan Miguel Valentino, jefe del Escuadrón, como uno de los responsables. También al subjefe Gustavo Martínez Zuviría, a quien calificó de “un tipo muy despreciable y sádico”. Para ilustrar esos calificativos relató: “Un soldado tuvo un accidente en una rodilla y Martínez Zuviría le gritaba que era un invento para salvarse de la conscripción y lo agarró a patadas en la rodilla. Por eso lamento que hoy esté muerto”.
Recuerdos de un sobreviviente
Luis Ricardo Pico Silva brindó ayer una emotiva testimonial durante la cual confirmó que compartió cautiverio en el centro clandestino de detención de Comunicaciones del Ejército, en Paraná, con una víctima de la causa Harguindeguy: Carlos Martínez Paiva. Silva dijo que lo vio “destrozado” por las torturas que había recibido en la Policía Federal de Concepción del Uruguay y “cadavérico”. También vio allí a Victorio Coco Erbetta: como declaró en la causa Área Paraná, dijo que una noche lo llevaron a hablar con monseñor Adolfo Tortolo, quien le dio cigarrillos que Erbetta al regresar compartió con los secuestrados. Más tarde, de madrugada, por los agujeros del calabozo vio pasar un cadáver tapado con una sábana ensangrentada. Enseguida imaginó que era el cuerpo de Coco, que nunca más apareció.
Silva fue detenido en el club La Vencedora de Gualeguaychú, la noche del 12 de agosto de 1976, por parte de dos policías de la ciudad. Lo llevaron a la Jefatura Departamental de Policía y al día siguiente lo trasladaron a Paraná. Previo paso por la Dirección de Investigaciones que funcionaba en calle Buenos Aires frente a la plaza Alvear, lo dejaron en Comunicaciones. Los policías gualeguaychuenses que lo llevaron se ligaron una fuerte reprimenda de parte del militar que los recibió, porque lo habían llevado sin capucha y sin esposas. A Silva lo “azotó contra la pared” y le gatilló el arma en la cabeza. Durante su declaración, dio cuenta del “infierno” que vivió en ese CCD hasta que fue trasladado la cárcel de Paraná. Desde la unidad penal también lo sacaban encapuchado para torturarlo. Luego recorrió otras cárceles del país hasta que fue liberado días antes de la guerra de Malvinas.
También recordó a los desaparecidos de Gualeguaychú con quienes compartía la militancia de aquellos años, en el peronismo y en Acción Católica. Así mencionó a Norma Noni González, Oscar Alfredo Ruso Dezorzi, Blanca Angerosa y Enrique Guastavino.
11 May
Declaró un militante del Partido Comunista, víctima de torturas.
La jornada se inició con el testimonio de Ramón Antonio Benitez, quien en la década del 70 militaba en el Partido Comunista. Contó que fue detenido en 1977 y torturado durante un mes en la Policía Federal de Concepción del Uruguay. También relató que, en el servicio militar en Córdoba, enseñaban a los conscriptos a «apretar y torturar guerrilleros«.
Se desarrolló en el Tribunal Oral Federal de Paraná la decimonovena audiencia en el marco de la Causa Harguindeguy y otros, por delitos de lesa humanidad cometidos en la provincia durante la última dictadura militar.
La jornada se inició con el testimonio de Ramón Antonio Benitez, quien en la década del 70 militaba en el Partido Comunista de Concepción del Uruguay.
Benitez relató que fue citado por la Policía de la Provincia en 1977, por lo que se presentó en la comisaria de suburbio desde donde lo trasladaron al Ejército y, desde allí, a la Departamental de Policía de la Provincia, para finalmente terminar en la Policía Federal, el 27 de de septiembre de 1977, donde estuvo un mes detenido y recibió torturas.
Según palabras del testigo “vivió un infierno”. Escuchaba gritos y alaridos de otros detenidos sometidos a torturas. A él le propinaron golpizas y una patada recibida en la espalda le dejó “la columna reventada” y hasta el día de hoy tiene secuelas.
El testigo no pudo identificar a quienes lo torturaron ya que le ponían una capucha o le tapaban la cabeza con una manta pero pudo ver los borceguíes por lo que piensa que eran efectivos del Ejército Argentino.
Luego de un mes, al liberarlo, lo llevaron al regimiento de Concepción del Uruguay donde dos militares a los que identificó con los apellidos Delpierri y Palacios, le tiraron su libreta de enrolamiento al piso para que la recogiera y le advirtieron que quedaba en «libertad vigilada».
En Córdoba
Benitez aportó otro dato significativo. Señaló que cuando estuvo bajo bandera en Córdoba, entre 1974 y 1975, la instrucción militar recibida incluía instrucciones de “cómo apretar y torturar a guerrilleros”.
Testigos de la Defensa
Tras el testimonio de Benitez declararon dos testigos propuestos por la Defensa.
Roberto Schlotahuer, conscripto en el regimiento de Gualeguaychú en 1976, relató que fue destinado como chofer de Juan Miguel Valentino, por entonces jefe del escuadrón. A quien describió propinante de “buen trato”.
Tras un cuarto intermedio declaró José Antonio Sanromán, quien vivía en calle San Martín 581, frente a la sede de la Policía Federal en Concepción del Uruguay. En su testimonio negó haber escuchado gritos ni visto ingresar móviles con gente encapuchada.
Sanromán vivió allí hasta el año 1976 pero no recuerda hasta qué fecha, por lo que no se pudo establecer si estaba en el lugar al momento de los hechos denunciados.
En la jornada de ayer jueves prestaron declaración Luis Ricardo Pico Silva, Mauricio Ramón Cabral, vecino de la familia Angerosa y Oscar Aníbal Iriarte. Además pidió declarar el imputado Francisco Crescenzo, quien habló respecto de las acusaciones que pesan en su contra.
11 May
Exmilitares admitieron que hubo procedimientos ilegales
Testigos que declararon en la causa Harguindeguy confirmaron la presencia de detenidos civiles en el Regimiento de Gualeguaychú y los allanamientos sin órdenes judiciales durante la dictadura.
Alfredo Hoffman
De la Redacción de UNO
Dos exmilitares y un exconscripto se sumaron ayer a los testigos que confirman la existencia de personas privadas ilegalmente de su libertad en el Escuadrón de Exploración de Caballería Blindada II de Gualeguaychú durante la última dictadura cívico-militar. Los dos primeros supieron de esa situación por haber estado en contacto con los presos políticos, y el exsoldado la conoció más que nada por comentarios. En los relatos no quedaron dudas de que el jefe de la unidad militar, Juan Miguel Valentino, era quien daba las órdenes con respecto a los detenidos; a la vez que se pudieron escuchar descripciones de algunos operativos realizados con la finalidad alegada de la lucha contra la subversión –eufemismo del terrorismo de Estado– como allanamientos y detenciones sin órdenes judiciales.
El juicio por la causa Harguindeguy, que se desarrolla ante el Tribunal Oral Federal de Paraná, atraviesa por la última etapa de testimonios correspondientes a los crímenes de lesa humanidad cometidos en Concepción del Uruguay, aunque en estos días se tratan hechos que también están relacionados con Gualeguaychú, puesto que allí fueron trasladados desde la Policía Federal de Concepción Hugo Angerosa y Jorge Felguer, víctimas de secuestro y torturas.
Jorge Alberto Toledo, quien en 1976 era sargento ayudante y se desempeñaba como encargado del parque de automotores, relató que en una oportunidad Valentino le dio la orden de ir a esperar a la ruta a un auto que iba desde Paraná con dos personas. Fue en un camión Unimog, cerca de las 2, y vio llegar a un Ford Falcon. Se bajaron cuatro hombres de civil y sacaron a dos del baúl. Los subieron al Unimog y Toledo los llevó hasta el Escuadrón sin pasar por la guardia. Según este relato, los de civil, que a él le parecieron policías, introdujeron a los detenidos en la habitaciones para suboficiales, los encerraron y le entregaron las llaves para que los custodiara. El testigo reconoció a Angerosa, a quien ya conocía, y dijo que el otro era un muchacho que estaba haciendo la conscripción en Villaguay, es decir Felguer.
Toledo aseguró que no pudo verles las caras a los cuatro que venían en el Falcon, a pesar de que dijo que le entregaron las llaves. Se supone que no iban desde Paraná, sino desde Concepción y que podrían ser hombres de la Policía Federal de esa ciudad. Ese suboficial estaba de “servicio de semana” y al día siguiente le dio la comida a Angerosa y luego le recibió un mensaje escrito que le llevó a la familia. Cuando le volvió a tocar estar “de semana” los detenidos ya no estaban.
Amadero Suparo, otro exsuboficial, dijo haber cuidado a detenidos civiles que, según recordó luego de que le leyeran lo que dijo en la instrucción, eran cuatro: Angerosa, Emilio y Jaime Martínez Garbino y uno de los hermanos Ingold. Recordó que a Angerosa lo trajeron en un Unimog, cuando ya estaban alojados los otros, y tenía marcas en las muñecas propias de las esposas. Por eso la primera vez que le llevó comida le tuvo que cortar la carne, porque “no tenía fuerzas” para hacerlo por su cuenta. No vio, llamativamente, ni la venda que tenía en los ojos ni las heridas que se produjeron cuando se la intentó sacar otro guardia, Roberto Jesús Balla.
Mariano Raúl Rossi, un exconscripto, dijo que escuchó por comentarios que allí había detenidos civiles alojados “en los dormitorios del personal de semana”. Mencionó que eran “tres o cuatro personas”. Cuando le señalaron que la instrucción dijo que había visto a 10 personas en esa situación, dijo que lo recordaba “muy vagamente”.
Luego Rossi relató un episodio sucedido una noche: sacaron a todo el personal y los llevaron “detrás de la cuadra”. Allí los hicieron “sentar en ronda” y aplaudir para que no escucharan ni vieran la llegada de un grupo de colectivos, en la oscuridad. Luego hubo rumores de que se trataba de un traslado de presos políticos.
Todos los testigos que declararon ayer recordaron que en una zona alejada, pero dentro del regimiento, funcionaba una granja. Solo Rossi dijo que escuchó comentarios de que ese lugar era utilizado para “interrogatorios” de los detenidos.
Autoridad
Todos también dieron cuenta del constante ingreso a la unidad militar de personal de otras fuerzas de seguridad, sobre todo de la Policía de Entre Ríos, que se dirigían a conversar con las autoridades del Ejército. El testigo Toledo especificó que Valentino, además de ser jefe del Escuadrón, era “jefe de área”, es decir que tenía autoridad sobre las otras dependencias castrenses de la región y sobre la Policía, Gendarmería y Prefectura. Suparo sostuvo que las órdenes respecto de los detenidos las daba el mayor Valentino, el segundo jefe Gustavo Martínez Zuviría o un suboficial mayor de apellido Gallardo.
Amadeo Suparo también relató que vio personalmente a miembros de otras fuerzas que iban a reunirse con los jefes militares. Puntualmente nombró al jefe de la Departamental Gualeguaychú de la Policía de Entre Ríos, Marcelo Pérez, quien es “primo hermano” suyo. Pérez también está imputado en la causa Valentino.
Allanamientos en primera persona
Los exmilitares Toledo y Suparo manifestaron que participaron de allanamientos de domicilios realizados en el marco de la represión ilegal. Toledo fue el que tuvo más protagonismo, según relató. Dijo que realizó una “requisa” en Urdinarrain, en la casa de un hombre de apellido Bustos Fierro, donde tenía la orden de buscar municiones y “panfletos y banderines” identificados con simbología de izquierda, pero no encontraron nada. El jefe del operativo, que se realizó sin orden judicial, era Santiago Kelly del Moral, imputado en la causa Valentino, acumulada a la causa Harguindeguy.
A Bustos Fierro lo subieron a un patrullero, a la esposa a otro y Toledo subió a otro. “A mí me dan un bebé, que lloraba mucho, y vamos a la Jefatura de Policía de Gualeguaychú. Cuando llegamos le pido una mamadera a una mujer que había ahí y le di leche al bebé. Se ve que tenía hambre porque se calló”. En la Policía estaba la esposa de Bustos Fierro, quien le pidió al niño. Dijo que se lo dio y no supo nada más.
Estos procedimientos se suman a otros relatados por los testigos de ayer. El exconscripto Rossi dijo que estaban a cargo de los jefes de secciones o “fuerzas de choque”, que eran Kelly del Moral, Eduardo Luis Federico Anschutz y otro oficial de apellido Cheretti. En su mayoría –dijeron los tres– eran controles de ruta que se hacían casi a diario para identificar personas y se enmarcaban en la alegada “lucha contra la subversión”, sobre la cual Valentino arengaba en forma permanente al dar el saludo a la tropa.
Desaparición de Dezorzi
Jorge Toledo declaró ayer que fue testigo de los momentos posteriores al secuestro de Oscar Alfredo Dezorzi, que se perpetró la madrugada el 10 de agosto de 1976 en la casa de los padres de la víctima, en Gualeguaychú. Toledo contó: “Yo salía de la guardia, entre las 7 y las 8 de la mañana, y apareció una señora con un nenito y dijo que su marido era Dezorzi y lo habían sacado de la casa de noche”. Él le contestó que no sabía nada, que tenía que hablar con Valentino, que justo en ese momento ingresaba al Escuadrón en la camioneta F-100 que tenía a su disposición, a la que llamaban La Guerrillera. Expresó que la mujer habló con el jefe militar, pero que desconoce lo que conversaron.
10 May
Un ex policía evitó involucrar a los imputados, pero dejó dudas.
En la Causa Harguindeguy, un ex oficial de la Federal dio datos inconsistentes sobre las funciones que se realizaban en la Oficina Técnica, y el rol que desempeñaban Rodriguez y Crescenzo. Además, contradijo a los testigos que declararon ayer.
Un testimonio lleno de contradicciones comprometió aún más la supuesta inocencia de los imputados en el juicio por la Causa Harguindeguy.
Godofredo Viale, quien durante la dictadura cívico – militar ejerció el grado de oficial inspector en la Delegación de la Policía Federal en Concepción del Uruguay, declaró ante el Tribunal Oral Federal de Paraná, pero en su testimonio intentó no involucrar a los imputados.
El testigo comenzó su relato señalando que durante 1976 desempeñaba su labor en la denominada Oficina Técnica; y que luego fue removido de su puesto para pasar a ser encargado de seguridad del edificio.
Cuando se le pidieron que describa el edificio, Viale dijo que el lugar tenía una sola planta, lo cual fue repreguntado por la fiscalía, dado que todos los ex agentes que declararon ayer dijeron que había dos niveles, y que en el piso superior se encontraban la Oficina Técnica y el dormitorio de los oficiales.
Luego, el testigo se desdijo y aclaró que había un segundo piso precario, señalando que allá estaba la oficina en cuestión. Más tarde, dijo que Darío Mazzaferri -actualmente, prófugo de la Justicia- fue designado como titular de la Oficina Técnica en marzo del 76. Luego, dijo que él estuvo a cargo de la oficina hasta fines de abril del 76, lo cual desató una serie de preguntas por parte del Tribunal, que no quedó conforme con las inconsistencias en ese punto.
Además, en un momento dijo que el imputado Julio César Rodriguez trabajó en administración durante el año 1975 y luego fue Técnica. En un momento de la declaración, dijo que mientras él estuvo al frente de esa oficina, tuvo a Rodríguez como subordinado durante casi un año, lo cual se contradice con lo declarado antes ya que, supuestamente, a principios del 76′ fue removido de su puesto.
Por otra parte, negó haber visto en la Delegación a los jóvenes militantes detenidos en julio de 1976, lo cual generó más dudas, dado que todos los ex agentes de policía que declararon ayer, señalaron que los jóvenes estuvieron alojados en una dependencia conocida como el Casino de Oficiales.
“No recuerdo haber visto a ese grupo. Sí ví a varios detenidos de Gualeguaychú que estuvieron dos días en el hall. Recuerdo a un doctor de apellido Urdapilleta, una chica Chacón, y a un joven Guastavino. Estuvieron detenidos tranistoriamente, no sé por qué motivos”, manifestó.
Interrogado por la fiscalía, Viale dijo que participó en varios procedimientos, pero que diempre lo hizo “en forma legal y usando el uniforme. Fui con órdenes escritas”.
“Una vez fuimos a un domicilio detener a un joven de apellido Morend (una de las víctimas incluídas en la causa), porque tenía que hacerlo comparecer. Había una señora mayor que se llamaba Aurora y era la suegra de uno de los hermanos Morend. Buscamos en la casa, pero no estaba. Lo que si encotramos fue material subversivo, y había un mimeógrafo. Uno de los oficiales que estaba conmigo dijo ‘puta madre, a este gurí yo lo conozco, jugaba con mi hijo. Iba al Colegio Don Bosco’. Entonces yo le dije, ‘bueno, andá y tirá eso (el mimeógrafo) a la basura. Que esto quede entre nosotros”, declaró, y dijo que arrojaron el artefacto a una letrina.
También dijo que lo enviaron a detener a Carlos Martínez Paiva, pero que “no estaba en la casa, así que nos volvimos con resultado negativo”.
Señalo que siempre realizó los operativos en forma legal, en conjunto con oficiales del Ejército. Ante una pregunta de la querella, Viale terminó reconociendo que había oficiales de la policía que iban de civil, pero no especificó nombres. Esto incentivó más la sospecha de que el testigo ocultaba información. Cuando le preguntaron si Rodríguez usaba uniforme, el hombre reconoció que no lo hacía, pero dijo no recordar que el imputado participara en procedimientos.
En cuanto a las funciones de la Oficina Técnica, dijo que, mientras él estuvo allí, se recopilaba información sobre los “acontecimientos que tenían lugar en la ciudad. Eso después se mandaba a la Dirección de Seguridad Interior, y de allí al Ministerio del Interior. Era esa la forma en la que el gobierno conseguía información de primera mano”.
Además, explicó que tras el golpe militar, la Policía Federal dependía de las órdenes del jefe de Área del Ejército, que en ese entonces era el Teniente Coronel Raúl Schirmer, y que este se reunía todas las mañanas y noches con el comisario Vera, jefe de la Delegación de la Federal.
En un momento de su declaración, Viale dijo que él tenía una “actitud floja con los que yo tenía que detener. Si mis jefes en ese momento se enteraban, podrían haberme metido preso, por ocultar evidencia. Además, pedí que no me manden a hacer detenciones, yo no quería hacer eso porque después quería seguir viviendo en Concepción del Uruguay”. Cuando la querella le consultó cómo eran las actitudes “no flojas” que debían tener, el testigo no dio precisiones, pero negó haber presenciado torturas. Y que nunca supo que haya desaparecidos en Concepción del Uruguay.
Luego del testimonio de Viale, fue el turno de Jorge Balerdi, quien prestó el servicio militar obligatorio en el Destacamento de Gualeguaychú.
El testigo reconoció que en ese lugar estuvieron detenidos Hugo Angerosa, Jorge Felguer, uno de los hermanos Martínez Garbino, y uno de los Ingold. “Estuvieron detenidos en las habitaciones del personal de guardia, pero no los pude ver nunca, me enteré después. Sabíamos que había detenidos, pero no teníamos ningún contacto con ellos”.
Además, dijo que jamás participó en operativos “ni en captura de personas. Una sola vez realizamos un procedimiento rastrillo en el norte de la ciudad de Gualeguaychú, con el objetivo de secuestrar armas. Y lo hicimos en forma conjunta con la policía”.
Ante una consulta de la querella, el testigo dijo desconocer si Felguer y Angerosa fueron trasladados del Destacamento. “Sólo creo que a la madrugada los llevaban al baño de tropa, para que hagan sus necesidades. Pero nunca los pude ver”, explicó
Luciana Actis/ De la Redacción de UNO
4 May
Una testigo comprometió a Rodríguez.
La viuda de Carlos Valente relató cómo una patota de la Policía Federal secuestró y torturó a su esposo en 1976. Apuntó a Rodríguez -y a Mazzaferri, hoy prófugo- como autor directo. El acusado pidió la palabra y señaló que la testigo “miente”.
En la octava jornada de testimoniales en el juicio por la Causa Harguindeguy, en la que se investigan delitos de lesa humanidad cometidos en Entre Ríos durante la última dictadura cívico militar, una testigo aportó datos que comprometen seriamente al imputado Julio César Rodríguez -alias El Moscardón Verde-, y lo sitúan como cabecilla de una patota de la Policía Federal de Concepción del Uruguay.
En esta oportunidad, el Tribunal compuesto por Lilia Carnero (presidenta), Noemí Berros y Roberto López Arango, escuchó en primer término a Rosa Catalina Gaitán, viuda de Carlos Valente, militante de la JP secuestrado en julio del 76, en su domicilio de La Histórica.
Gaitán explicó que en abril de ese año, su esposo “sufrió un episodio previo”, relacionado con el hecho: “Yo salía de trabajar a las once de la noche, entonces Carlos me iba a buscar. Una noche, salí y él no estaba en la puerta. Cuando llegué a casa, mi madre me dijo que él había salido a buscarme, entonces me angustié. Pasada la medianoche, apareció en casa muy golpeado, y nos relató que lo habían levantado en la calle, lo metieron en el baúl de un auto y lo llevaron hasta Puente de Fierro -un camino lateral de la ciudad, cerca del basurero municipal-, lo interrogaron, le hicieron un simulacro de fusilamiento, y lo largaron”, señaló, y añadió que dos meses después, cuando su marido fue nuevamente secuestrado, reconoció las voces de Rodríguez y José Darío Mazzaferri, quien hoy se encuentra prófugo de la justicia.
Al día siguiente, acompañó a su marido a la Comisaría de Concepción del Uruguay, para denunciar lo ocurrido en Puente de Fierro. Allí, un policía conocido de su esposo tomó la denuncia, y días después les advertiría que “había averiguado que los que lo levantaron a Carlos eran una patota de la Policía Federal. Nos dijo que nos cuidemos”.
Los hechos.
Según el testimonio de Gaitán, a las 2 de la madrugada del 17 de julio de 1976, personal de la Policía Federal irrumpió violentamente en su casa para realizar un allanamiento y detener a su esposo. “Entraron con armas largas y sin ninguna orden. Dos de ellos estaban de civil, y los otros cuatro, con uniformes de la Federal. En casa vivíamos con mis padres, mi hermana, y mi hijo de un año y medio. Nos trataron muy mal, revisaron los roperos, lo sacaron a mi marido de la cama y se lo llevaron detenido”. Asimismo, precisó que quienes iban vestidos como civiles eran El Moscardón y Mazzaferri.
“Me dijeron que se lo llevaban a la delegación, así que al día siguiente fuimos hasta allá con mi cuñado, Norberto Valente, y nos atendió el jefe, comisario Cevallos. No nos dio muchas explicaciones y nos dijo que a mi marido lo detuvieron porque estaba poniendo en peligro la seguridad nacional. Me dijo que no lo podría ver, porque estaba incomunicado, y que le lleve comida”, relató la testigo.
Días después, cuando fue a llevarle una vianda a su esposo, un agente de apellido Castillo le preguntó a Gaitán si quería ver a su marido. “Me llevó a una sala, allá estaba mi esposo; lo vi dolorido, con la cara amoratada y lloroso. En un momento, me dijo ‘me están destrozando’, entonces el agente Castillo dijo que se terminaba la visita”.
Transcurridos varios días, Gaitán pidió ver a su esposo nuevamente, pero le dijeron que eso era imposible, porque estaba incomunicado. “Eso me dio la pauta de que Castillo había hecho una excepción. Pero esa noche había otro guardia, y me dijo que los jefes querían interrogarme, así que me condujo hasta una sala con sillones, que parecía un living. Allí estaban Rodríguez y Mazzaferri, que me sometieron a un interrogatorio banal. Parecía más un perfil psicológico, que una averiguación de datos, ya que me preguntaban si mi marido era celoso, violento, y cómo era su relación con nuestro hijo”.
Pasado un par de días, Gaitán se enteró que su marido había sido trasladado al Regimiento del Ejército. La mujer se comunicó telefónicamente con el jefe de esa delegación castrense, teniente coronel Raúl Schirmer, pero éste le dijo que a Valente lo habían trasladado a Paraná. “Tomamos el tren con Norma Morend, la esposa de Darío Morend, ya que a su marido lo tenían detenido junto al mío. Llegamos a Paraná y en el Regimiento nos trataron mal, nos dijeron que volvamos a Concepción del Uruguay, y que nos jodamos por casarnos con subversivos”.
Tras regresar a La Histórica, se comunicaron con Schrimer: “Nos dijo que hicimos mal en viajar a Paraná, que era muy peligroso. Que de ahora en más cualquier información sobre nuestros maridos la íbamos a tener de parte él. Y así fue, unos días después, un soldado fue hasta mi casa para informar que a Carlos lo trasladaban a Gualeguaychú. Allí estuvo hasta octubre, después, me llegó una nota del teniente Schrimer, en la que me explicaba que lo iban a llevar a la cárcel de Coronda”.
Gaitán leyó ante el Tribunal esa nota, que conserva hasta el día de hoy, y explicó que Schrimer le dijo que “guarde bien este papel, porque era la garantía de vida de mi esposo. Pero al tiempo, el teniente coronel fue reemplazado, y su reemplazante, de apellido Noé, no tuvo buen trato para con nosotros”.
La mujer se enteraría más tarde que su marido estaba con vida en Coronda, a través de los familiares de otro entrerriano detenido en Coronda, de apellido Ramat. “Recién en enero me dejaron visitarlo en forma indirecta, fue una experiencia horrible, ver a una cola de familiares que iban a averiguar sobre el paradero de sus seres queridos. Había unos 200 presos políticos allá. En ese lugar lo tuvieron a mi marido hasta diciembre de 1977, cuando fue liberado”, recordó.
Con mucha emoción y dificultad, Gaitán describió los tormentos a los que fue sometido su esposo mientras estuvo detenido en Concepción del Uruguay y Paraná, precisando que le aplicaron el “submarino seco” (consistente en colocar una funda plástica en la cabeza del torturado, hasta que su propia respiración lo ahoga), la picana eléctrica, y sesiones de golpes. “Y una vez los sometieron a un simulacro de fusilamiento frente a otros detenidos, que creo que eran militantes de la UES. Tuvo que soportar vejámenes permanentemente. En Coronda también la pasó muy mal”.
La mujer relató que luego de su liberación, su marido no pudo trabajar en relación de dependencia hasta la vuelta de la democracia. “Había conseguido un trabajo como sereno en el Yatch Club de Concepción, pero los socios, cuando se enteraron que estuvo preso por ‘subversivo’, pusieron el grito en el cielo y lo hicieron renunciar. Lo mismo le pasó cuando consiguió trabajo en Lusera, la comisión directiva le pidió la renuncia. Así que tuvo que dedicarse a ser viajante, porque nadie quería contratarlo”.
Finalmente, ante una pregunta puntual del Tribunal, Gaitán consideró que Mazzaferri tenía una conexión más directa con el Ministerio del Interior, en ese entonces, a cargo de Albano Harguindeguy. “Mazzaferri no se movía igual que los otros, él estaba a cargo de la inteligencia en los operativos. Creo que no dependía directamente del subcomisario Cevallos, como los demás agentes, recibía órdenes de más arriba, no sé si directamente de la estructura policial. Creo que habrá estado conectado con el Ministerio del Interior”.
Al concluir la declaración de la testigo, el imputado Rodríguez pidió hacer uso de la palabra. Manifestó que jamás vio una picana en la delegación de la Policía Federal de Concepción del Uruguay. Y señaló que “Gaitán miente”.
Luego declararon dos ex agentes de la Policía Federal, Ernesto Baucero y Julo Chappella, quienes admitieron haber custodiado a los estudiantes secundarios que etuvieron secuestrados en la Delegación Concpeción del Uruguay en julio de 1978, pero dijeron no haber visto los signos de las torturas a las que eran sometidos.
Luciana Actis/ De la Redacción de UNO
2 May